Toda opción de futuro incluye al agua como medio indispensable para la vida.
En los últimos tiempos, a nivel mundial se ha producido una fuerte valorización de los bienes y servicios que los ecosistemas proveen al hombre. Por ser el agua parte esencial de ellos, la actividad humana -económica, industrial, social, política- depende de este vital recurso. Estas circunstancias desencadenan ideas y acciones para su utilización y dominio. La centralidad de su importancia junto a evidencias certeras de que el planeta se encamina hacia su escasez en forma cada vez más marcada, genera grandes conflictos de intereses entre distintos sectores de la sociedad.
“El agua es fundamental para la realización de nuestras actividades cotidianas para quienes tenemos garantizado su acceso. Para quienes no cuentan con este privilegio, el agua se transforma en el paso previo para la realización de otra serie de derechos humanos fundamentales. El derecho humano al agua es el derecho de todos a disponer de agua suficiente, salubre, aceptable, accesible y asequible para el uso personal y doméstico. El modo en que se ejerza el derecho al agua también debe ser sostenible, de manera que este derecho pueda ser ejercido por las generaciones actuales y futuras” (Santos y Valdomir, 2006, ps. 3; 33 y 10).
La crisis hÍdrica es una de las mayores preocupaciones sociales y ambientales del siglo XXI.
El agua es el elemento vital para la subsistencia de la vida sobre el planeta; por ello, ha sido indispensable en el desarrollo de todas las civilizaciones y, en consecuencia, ha trascendido su valor material hasta alcanzar un valor simbólico profundo para muchas de las religiones. Desde aquellas obras de manejo del recurso -como los canales de riego que realizaron las culturas agrarias de América y de otros espacios del mundo- el ser humano ha llevado adelante diversas empresas para optimizar su uso. En especial aquéllas orientadas a la provisión de los grandes núcleos urbanos, las áreas rurales, la industria, las actividades mineras, la producción hidroeléctrica.
Se calcula que en nuestro planeta existen aproximadamente unos 1.500 millones de km3 de agua; sin embargo, más del 97% - concentrada en mares y océanos- es salada, lo cual implica que no es utilizable directamente. Del porcentaje restante, alrededor del 2% lo constituyen casquetes polares en forma de hielo. Le sigue en magnitud el agua subterránea, cuya reserva hasta 1.000 m de profundidad se estima que representa el 0,5% del total, mientras que el volumen instantáneo de agua superficial llega a sólo el 0,02%, y entre el agua del suelo y la atmosférica, componen algo más del 0,01% de la totalidad (1.383 x 106 km3). El incremento en la demanda y la disminución en la disponibilidad, particularmente por deterioro en su calidad, han generado y generan problemas cada vez más graves para el abastecimiento, tanto a nivel local como regional y continental. Esta problemática, que se ha manifestado en forma creciente durante el siglo XX, es previsible que mantenga su tendencia en el presente, especialmente debido al crecimiento poblacional mundial que dará lugar a un aumento en la demanda de alimentos, bienes y servicios. Por ello, el Dr. Miguel Auge (2006) consideró apropiado calificar al siglo XXI como el Siglo del Agua.
Ha sido el hombre quien, con el correr del tiempo y por la necesidad de provisión de agua, ha construido obras para encauzar, regular, corregir y manejar este elemento a fin de satisfacer las necesidades básicas de la sociedad. El manejo del recurso promovió en las diversas sociedades la creación de instituciones y organismos que incidieron en los modos de organización. Asimismo, el acceso al recurso fue y es determinante de muchos conflictos que, en algunos casos, adquieren características bélicas.
En cuanto a las reservas, podemos señalar que es en los casquetes polares y en los glaciares donde se almacena el mayor volumen de agua dulce existente en la hidrosfera, pero se ubican a distancias considerables de los sitios más densamente poblados, lo que restringe su aprovechamiento. De acuerdo con investigaciones realizadas con relación a la distribución del agua dulce en el planeta, de los 7 millones de km3 que constituyen el volumen de agua subterránea almacenada hasta 1.000m de profundidad, sólo una fracción es potable y ésta no siempre se ubica en o cerca de los centros de mayor demanda.
Por otro lado, se suma la problemática del deterioro del recurso por las persistentes acciones contaminantes de las actividades humanas, fenómeno que se acrecienta en los últimos tiempos. La degradación por disminución de las áreas de recarga, explotación excesiva y contaminación en las zonas urbanas y rurales, ha generado un grave problema que se ha incrementado notoriamente en los últimos 60 años, debido al aumento de la población, al fuerte crecimiento urbanístico e industrial, al alto desarrollo minero y al uso intensivo de plaguicidas y fertilizantes en la agricultura.
No sólo la contaminación produce deterioros. También la implementación de programas de riego mal diseñados y la deficiente planificación de su distribución acarrean consecuencias tales como la salinización, la desertificación y la erosión que llevan a la pérdida de capacidad productiva de los suelos y, seguidamente, a la escasez de alimentos. Situación grave en un mundo con un crecimiento poblacional elevado.
Si bien el volumen almacenado en los lagos e instantáneamente en los ríos del mundo sólo alcanza al 0,02% del total, algunos ríos tienen caudales sorprendentes como el Río de la Plata que, con un módulo de 20.000 m3/s, sería hábil por sí solo para abastecer a una población mundial (6.500 millones), a razón de 265 l/día por habitante.
Sin embargo, el agua superficial está más expuesta a la contaminación y generalmente es mucho más cara que la subterránea debido al tratamiento que necesita para su potabilización.
A partir de los valores que reflejan las reservas de agua dulce y de la notable incidencia que tienen las actividades humanas sobre el agua en general y la subterránea en particular, podemos decir que es un recurso limitado en nuestro planeta.
Satisfacer las necesidades humanas respetando los términos económicos, ecológicos y políticos que impone el agua, conduce a una relación totalmente nueva con este vital elemento. A lo largo de la historia, en su tratamiento no se ha considerado que el agua es un recurso escaso, y se dispuso de él en cualquier medida según lo permitieran las posibilidades tecnológicas.
En general, nuestra sociedad considera el agua como un recurso que está al alcance, de manera inmediata y sin limitación, con lo cual se genera un uso y un consumo desmedidos que contribuyen a poner en riesgo la disponibilidad necesaria para la supervivencia. Por ello, cobra sentido colocar el problema del agua en el centro de la discusión, repensando la relación del hombre con la naturaleza.
Cada vez se hace más urgente integrar la gestión del agua y de los ecosistemas de agua dulce a la planificación del uso de la tierra y al ordenamiento territorial, a fin de permitir la evaluación, de manera integral y equitativa, de la distribución y manejo del agua en todo ciclo hidrológico.
El aprovechamiento de los recursos hídricos debe realizarse armonizando los valores sociales, económicos y naturales; por lo tanto, es fundamental utilizar el agua en beneficio de la sociedad. Sólo es posible encontrar el equilibrio entre estos tres componentes a través de la participación efectiva del ciudadano en la gestión del agua.
La Fundación Ambiente, Cultura y Desarrollo –ACUDE- (Kopta, 1999) especifica que el uso racional de los recursos hídricos, para lograr un desarrollo sustentable, demanda:
- Medidas para no afectar en forma negativa las características químicas, físicas y biológicas del agua. Implica la visión integral del recurso, tanto en aguas superficiales como subterráneas, desde su captación en las cabeceras de cuenca, escurrimiento e infiltración, embalsado, paso de cursos de agua por ciudades y centros industriales, hasta uso del agua y tratamiento posterior.
- Medidas para su utilización en forma austera, puesto que si bien es un recurso renovable, en muchos lugares no es abundante. Además, si se trata de agua potable, el costo de potabilización es elevado y mientras menos se consuma menores costos se generan.
- Educación para la utilización racional del recurso agua.
El desafío, entonces es construir condiciones para el desarrollo de una ciudadanía cimentada en pilares ecológicos, de justicia social, de diversidad cultural y democracia participativa. Se trata, también, de posibilitar la construcción de un pensamiento crítico y reflexivo sobre las problemáticas ambientales que forman parte de la cotidianeidad, partiendo de realidades complejas y directamente vinculadas con las condiciones de vida locales.
El agua se encuentra en la naturaleza en tres formas o estados diferentes: